Memoria
El objeto del encargo consistía en construir una vivienda unifamiliar en una parcela muy singular en Ciudad Jardín. Un barrio donde, entre fantásticos jardines, convive un gran número de edificaciones que integran el patrimonio arquitectónico de Las Palmas de Gran Canaria; una dispar amalgama que incluye desde palacetes de principios del siglo XX, a viviendas racionalistas. También destacan otras construcciones modernas, especialmente de los 60 y primeros 70.
Frente a la heterogeneidad y a la riqueza del entorno, el proyecto aspira a convertirse en un dispositivo para maximizar su disfrute y, al mismo tiempo, para preservar la intimidad de la vida doméstica. Para lograrlo, las primeras decisiones surgen del análisis del lugar.
La parcela, estrecha y muy alargada (de 14×50 metros), hacia el Noroeste y al Suroeste linda con dos palacetes situados a cierta distancia de dichos linderos, determinados por altísimos muros de casi 5 metros de altura. Al otro lado, hacia el Noreste, se extiende un terreno ocupado en su mitad más próxima a la calle por una vivienda situada a 2 metros del linde y tras la que crece un frondoso jardín, que se suma al del palacio posterior. Por tanto, la primera decisión del proyecto consiste en situar la vivienda junto a las áreas de menor privacidad (la calle y la primera mitad del lado Noreste), cerrándose totalmente hacia ellas, para volcarse hacia las zonas más íntimas y a las vistas más interesantes (al Noroeste y al Suroeste).
Como si de un periscopio se tratase, desde esa posición y en busca del paisaje, la vivienda se alonga hacia la parte posterior, abriéndose totalmente hacia el gran jardín que se genera y que como telón de fondo cuenta con la presencia de uno de los palacetes emergiendo entre los jardines circundantes; de los que visualmente la vivienda también se apropia. Sin embargo, hacia el lado Suroeste realiza la operación contraria: puntualmente se retrae, permite que el jardín lateral penetre físicamente en él y mira al entorno a través de un patio abierto en fachada que la aleja del palacio vecino, al tiempo que también lo refleja.
La exuberancia de la vegetación preexistente y el carácter variopinto del lugar también determinan la personalidad de la vivienda que, para ensalzarlos, se plantea como una sencilla composición de volúmenes blancos, puros y abstractos, que se encabalgan y mutan en función de las circunstancias de la parcela.
Hacia la calle el dispositivo se asoma como una pieza rotunda, pero a la vez ligera y permeable. Un cuerpo flotante que se suma al juego de paralelepípedos que conforman el palacio adyacente, o las viviendas racionalistas del otro extremo de la acera. Para favorecer su integración, las vistas al cielo lo atraviesan y, pronto, también la vegetación aún por crecer tras el brise-soleil. Dicha celosía, además de preservar la intimidad de la terraza superior a la que se vuelcan los dormitorios, provoca un efecto cinético que logra involucrar al espectador y al factor tiempo. No sólo porque su aspecto varía en función del movimiento del observador, sino también por las cambiantes sombras que proyecta según las distintas horas y estaciones del año.
Cediéndole todo el protagonismo al volumen superior, la planta baja se retranquea 6 metros respecto a la cara exterior del vuelo, constituyendo un zócalo totalmente hermético hacia la calle Fortuny. Sin embargo, al atravesar el umbral de la puerta principal, vivienda y entorno se funden en un espacio indisoluble; en ocasiones incorporando la naturaleza físicamente en la edificación a través de los patios y las terrazas, otras enmarcado determinados elementos del paisaje circundante hasta convertirlos en el objeto de las perspectivas, e incluso multiplicando su imagen al replicarla sobre las superficies reflectantes del interior y del exterior.
En este sentido, los patios juegan un papel fundamental, puesto que en combinación con las terrazas y con las aberturas de los volúmenes, permiten establecer múltiples conexiones visuales entre distintos ambientes de las tres plantas de la vivienda y del jardín, así como con el resto del entorno e incluso con el cielo. También logran que el sótano, lejos de constituir un lugar lúgubre y encerrado, resulte casi un vergel; inundado de luz, aire y vegetación.
Sin duda, el gran patio central que organiza los tres niveles se considera el corazón de la vivienda: un gran vacío que, a la vez que confiere un cierto grado de independencia a las partes, todo lo relaciona y todo confluye en él; permitiendo que se produzcan interesantes secuencias visuales desde el fondo de la planta baja hasta el final del jardín y a la inversa. Secuencias que provocan delicados efectos caleidoscópicos por la superposición de vistas directas, indirectas y reflejadas de las distintas estancias, los jardines, el entorno y la propia edificación.
En el nivel más alto – superados los 5 metros de altura del muro de parcela que confiere intimidad a las plantas más bajas – el cerramiento acristalado del patio se envuelve en una celosía que, además de proteger su privacidad, genera expresivos juegos de luces y sombras en el interior; contribuyendo a convertir el recorrido a través del núcleo de comunicación vertical desde el sótano hasta la planta más alta, en una experiencia sensible, viva, cambiante, siempre nueva. Una experiencia en función de la luz, de las estaciones del año, de la vegetación, del movimiento del espectador.
En tercer lugar, además de la localización en la parcela y de la definición volumétrica, la materialidad y el cromatismo de los elementos que conforman el proyecto también juegan un papel fundamental en la construcción de ese dispositivo que aspira a maximizar las bondades de un entorno absolutamente rico, exuberante y heterogéneo; e incluso de las que él mismo pretende de generar. El carácter puro y abstracto de los volúmenes que lo integran se enfatiza empleando una reducida paleta de colores neutros – blanco, negro y gris -, que por contraste tratan de resaltar la riqueza de los colores de la vegetación. Además, el blanco resulta muy versátil, ya que cuando hace sol contribuye a enfatizar la expresividad del conjunto contra el cielo azul y, en tiempos nublados, provoca el efecto contrario: la volumetría de la vivienda se desdibuja, cediendo todo el protagonismo a las celosías, al zócalo y, sobre todo, a las vistas del entorno reflejadas sobre las grandes superficies acristaladas.
Para acompañar el carácter puro y abstracto de los volúmenes que constituyen la vivienda, el catálogo de materiales también se reduce al mínimo: enfoscado fratasado, aluminio, vidrio y bloques de piedra natural. El enfoscado contribuye a la austeridad de un dispositivo que, lejos de querer ser protagonista, trata de cederle la preponderancia a las virtudes del lugar y al espectador. Sin embargo, no renuncia a la delicadeza ni a la sofisticación que trata de alcanzar a través de los juegos de luces y sombras provocados por los perfiles de aluminio que conforman los brise-soleil, ni a los reflejos que se producen de forma muy evidente en sobre las lunas de vidrio y más sutilmente sobre el zócalo de Stacbond (cuya perfección industrial destaca el carácter orgánico de la piedra y la vegetación).
En definitiva, el proyecto aspira a constituir un dispositivo para ensalzar los valores del entorno, en función del tiempo, la naturaleza y el espectador.
Ubicación